viernes, abril 28, 2006

"Entonces, Psique, como quiera que era delicada del cuerpo y del ánimo, pero ayudándole la crueldad de su hado se esforzó, y sacando el candil debajo de donde estaba, tomó la navaja en la mano, y su osadía venció y mudó la flaqueza de su género. Como ella alumbrase con el candil y pareciese todo el secreto de la cama, vido una bestia, la más mansa y dulcísima de todas las fieras: digo que era aquel hermoso dios del amor que se llama Cupido, el cual estaba acostado muy hermosamente; y con su vista alegrándose, la lumbre de la candela creció, y la sacrílega y aguda navaja resplandeció. Cuando Psique vio tal vista, espantada y puesta fuera de sí, desfallecida, con la color amarilla, temblando, se cortó y cayó sobre las rodillas, y quiso esconder la navaja en su seno, e hiciéralo, salvo por el temor de tan gran mal como quería hacer se le cayó la navaja de la mano.

Estando así fatigada y desfallecida, cuanto más miraba la cara divina de Cupido tanto más recreaba con su hermosura. Ella le veía los cabellos como hebras de oro, llenos de olor divino; el cuello, blanco como la leche; la cara, blanca y roja como rosas coloradas, y los cabellos de oro colgando por todas partes, que resplandecían como el Sol y vencían a la lumbre del candil. Tenía asimismo en los hombros péñolas de color de rosas y flores; y como quiera que las alas estaban quedas, pero las otras plumas debajo de las alas tiernas y delicadas estaban temblando muy gallardamente; y todo lo otro del cuerpo estaba hermoso y sin plumas, como convenía a hijo de la diosa Venus, que lo parió sin arrepentirse por ello. Estaba ante los pies de la cama el arco y las saetas, que son armas del dios de amor; lo cual todo estando mirando Psique no se hartaba de mirarlo, maravillándose de las armas de su marido, sacó del carcaj una saeta, y estándola tentando con el dedo a ver si era aguda como decían, hincósele un poco de la saeta, de manera que le comenzaron a salir unas gotas de sangre de color de rosas, y de esta manera, Psique, no sabiendo, cayó y fue presa de amor del dios de amor: entonces, con mucho mayor ardor de amor, se abajó sobre él y le comenzó a besar con tan gran placer, que temía no despertase tan presto. Estando ella en este placer herida del amor, el candil que tenía en la mano, o por no ser fiel, o de envidia mortal, o que por ventura él también quiso tocar el cuerpo de Cupido, o quizá besarlo, lanzó de sí una gota de aceite hirviendo, y cayó sobre el hombro derecho de Cupido. ¡Oh candil osado y temerario y vil servidor del amor! Tú quemas al dios de todo el fuego; y porque tú para esto no eras menester, sino que algún enamorado te halló primeramente para gozar en la obscuridad de la noche de lo que bien querría. De esta manera el dios Cupido, quemado, saltó de la cama, y conociendo que su secreto era descubierto, callando desapareció y huyó de los ojos de la desdichada de su mujer. Psique arrebató con ambas manos la pierna derecha de Cupido, que se levantaba, y así fue colgando de sus pies por las nubes del cielo hasta tanto que cayó en el suelo. Pero el dios del amor no la quiso desamparar caída en tierra, y vino volando a sentarse en un ciprés que allí estaba cerca, de donde con enojo gravemente la comenzó a increpar diciendo de esta manera:


«¡Oh Psique, mujer simple: yo, no recordando de los mandamientos de mi madre Venus, la cual me había mandado que te hiciese enamorada de un hombre muy miserable de bajo linaje, te quise bien y fui tu enamorado; pero esto que hice bien sé que fue hecho livianamente! Y yo mismo, que soy ballestero para los otros, me herí con mis saetas y te tomé por mujer. Parece que lo hice yo por parecerte serpiente y porque tú cortases esta cabeza que trae los ojos que bien te quisieron. No sabes tú cuántas veces te decía que te guardases de eso, y benignamente te avisaba por que te apartases de ello. Pero aquellas buenas mujeres tus consejeras prestamente me pagarán el consejo que te dieron; y a ti, con mi ausencia, huyendo de ti, te castigaré.»


Diciendo esto, levantose con sus alas y voló en alto hacia el cielo."

Eros y Psique.“La metamorfosis” o “El asno de oro”. Apuleyo.

viernes, abril 14, 2006

"¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?

La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.”

La Insoportable levedad del ser Milan Kundera